UN VIAJE A LAS INDIAS
Sin duda, para una persona con tan pocas oportunidades de viajar como yo, fue mi estancia fugaz en Ecuador uno de los hechos más hermosos que jamás podré contar. Ya hace de aquello algunos años y cuanto más pasa el tiempo más grato me parece el recuerdo. Desde nuestra llegada todo fue impactante, desde la inigualable Quito, o mejor San Francisco de Quito, ciudad de contrastes entre Patrimonio de la Humanidad y decadencia, ubicada sobre la hoya de Guayllabamba, en las laderas orientales del volcán Pichincha, hasta la hermosa secuencia de paisajes y paisanajes. Todo en aquel país respira de su grandioso pasado colonial y de un siglo XIX todavía marcado por la influencia de allende los mares.
Campesina, de Rafael Troya. Col. J. L. Villalba. |
Ibarra, la patria del magnífico pintor Rafael Troya (1845-1920), del café Azzul del poeta David Andrade, con el que pude disertar saboreando una de aquellas extrañas infusiones mientras hablábamos de la situación del país y del chavismo que parecía inundar la querida América Latina. O aquella jornada en la hostería Chorlaví del recordado José Tóbar, solar antiguo de los Incas de la cultura del spondylus y primer reducto de los jesuitas, de las que os adjunto una foto de su bello entorno natural (http://www.haciendachorlavi.com/), y del antiguocircuito de coches del lago. Una ciudad hermosa que en la madrugada del 16 de agosto de 1868 fue destruida por completo, junto con su provincia, por la erupción del volcán Imbabura, provocando la muerte de miles de personas. Precisamente el núcleo urbano volvió a reconstruirse en el mismo emplazamiento, durmiendo nosotros muchas noches en las faldas de ese gigante dormido... al menos por el momento.
También me llegó al corazón el Quito del maestro Manuel Chili, llamado El Caspicara (Quito, 1723-1796), fundador de la escuela quiteña de imaginería, los barrocos conventos de los Franciscanos y los Jesuitas, verdaderas joyas del arte universal, y el casco viejo, maravilloso. También la hermosa villa de Cotacachi y la impresionante laguna del volcán Cuicocha, el mercadillo de Otavalo o los lagos de la región de Mojanda y la hostería de Pinsaqui.
Increíble fue también nuestra asistencia a una partida de la conocida "Pelota Nacional" a las afueras de Ibarra, donde pelotaris locales juegan a largas con grandes bolas de caucho blandiendo pesadísimas raquetas de madera reforzadas con pupos también de caucho de llanta. Asistir a estos encuentros improvisados es toda una clase de cultura popular, sobre todo por los licores que te ofrecen los asistentes y los pastelitos de queso recién hecho que, por unos centimos, vende una agradable y educada muchacha del lugar.
Pero, lo más hermoso de todo fue la acogida del maestro escultor Jorge Luis y su encantadora familia, su esposa María Luisa y sus hijas Andreíta y Anita María, en su bella casa de la vieja villa de San Antonio de Ibarra; de su sobrina Rocío, el abuelo Lucho y Laurita, la simpática sirvienta quechua. Un entorno en el que, lamentablemente, el atractivo eco de su pasado colonial se iba desfigurando, aturdido por el eco de los nuevos tiempos, que en aquellas tierras van desprovistos de gran parte de moral de otros tiempos, pese a la buena gente que se vislumbra, y bien cargados de desesperación e improvisación y donde el día a día es la única teología de fe plasmada en la necesidad de salir adelante cada día.
Pelota Nacional a las afueras de Ibarra. |
Quito desde la gigantesca estatua de la Inmaculada. |
Continuará...
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MIS FOTOS VIAJERAS
Convento de Santo Espíritu de Gilet
Desde nuestra infancia, muchos son los recuerdos que nos asocian muchos hermosos lugares a las excursiones escolares. Entre ellos, sin duda uno de los más inolvidables es el del Paraje del Convento de Franciscanos de Santo Espíritu de Gilet. Lugar señalado por la mano del creador como incomparable y privilegiado emplazamiento, a escasos kilómetros de la desembocadura del Palancia, allá por los campos de Morvedre.