Uno de los episodios más sonados de la primera Guerra Carlista, para muchos historiadores la primera guerra civil española, fue sin duda la toma de Rubielos por el general carlista Ramón Cabrera. Defendida la población, según las fuentes, por partidarios realistas y los ciudadanos de la población, sabemos por la documentación del Archivo Municipal que la villa planificó nuevas fortificaciones y fortaleció las existentes para hacer frente al genio del militar tortosino. No obstante, como a continuación podemos leer, las milicias defensoras, seguramente en cuadro, nada tuvieron que hacer ante el ataque organizado de los asaltantes.
Según podemos entreveer del testimonio contemporáneo, aunque algo parcial, de Buenaventura de Córdoba, las columnas carlistas lograron acceder a la población por su acceso principal, el recayente al camino de Mora que viene por el oeste, haciendo añicos el portón del torreón o portal de San Antonio. Y es que ciertamente, por aquel entonces y pese a todo, el recinto amurallado de Rubielos respondía, pese a los arreglos, al perímetro perfilado y contruido en tiempos de Pedro El Ceremonioso y, por lo tanto, poco efectivo ante los avances de la guerra moderna. Rubielos, asentada en el llano y de entramado de calles rectilínieas como villa de reconquista, poco tuvo que hacer, como ya se vio ante la llegada de las tropas de Napoleón apenas unas décadas antes, ante el ímpetu de unos soldados experimentados y bien dirigidos.
Una vez abierta la entrada a la localidad ninguna barrera frenaba ya su avance, estableciendo en primer lugar, como es bien conocido, su cuartel general en uno de los palacios de la plaza de la villa. Los realistas pronto abandonaron todo el caserío para acantonarse en el único edificio de la población con probabilidades de resistencia, el antiguo convento de Carmelitas, desde entonces denominado "el fuerte", ubicado junto a la puerta de Santa María, en el sector noreste del pueblo. Pese a lo que pudiera pensarse, el asalto no se realizó desde el exterior de la muralla sino por dentro, por la plaza del Carmen. Primero se intentó acceder a la iglesia por el portón utilizando un carro protegido con colchones, siendo rechazados por los defensores. En un segundo intento se logró reventar el asedio desde el mismo portal de Santa María, pasando por la capilla de su cuerpo superior al interior del edificio anexo gracias a un incendio provocado por los defensores y que acabó por extenderse al Convento y acabando con la caída del recinto.
"Cabrera y Forcadell con 2 batallones y 40 caballos trasladaron á Aragón el campo de operaciones, fijando sus miras en Rubielos, rica villa situada entre unos cerros, distante diez leguas de Teruel, y cuya población no baja de 3.000 habitantes. Hallábase fortificado este punto, y era un grave obstáculo para espediciones y correrías hácia lo interior del país. Al llegar á Linares indagaron los carlistas el número de soldados y urbanos que guarnecían la fortificación, y los recursos con que contaban para oponer resistencia. Cabrera puesto á la cabeza de sus tortosinos llegó a las paredes de la villa, que defendieron con empeño los urbanos y soldados causando algunas bajas en las filas enemigas. Forcadell tomó posiciones para proteger á Cabrera en caso necesario, y persuadido éste de que si retardaba sus operaciones era muy fácil la aproximación de alguna fuerza en auxilio de los sitiados trató de acelerarlas, y mandó á 6 cazadores que fuesen á buscar hachas y astillasen las puertas de la villa. Sufriendo un continuado fuego se acercó con los tortosinos y logró su objeto. Encerrada la guarnición en el fuerte, que era un templo, fue invitada á que se rindiese y no admitió la propuesta, antes bien continuó defendiéndose con mas ardor y entusiasmo. Resolvió entonces el gefe carlista romper también las puertas de la iglesia, y para conseguirlo con el menor riesgo posible mandó traer un carro y lo llenó de colchones, dejando el vacío necesario para colocarse los hombres que habían de conducirlo parapetados detrás de otros colchones, á los cuales hicieron dos pequeños agugeros con el objeto de ver la dirección. Cabrera, un capitán llamado D. Juan Bautista Castells y 3 mozos tortosinos entraron en esta especie de ariete ó batería ambulante, que empezó á marchar sin tropiezo hasta llegar á 50 pasos del fuerte. Aunque no era muy divertida la situación, Cabrera se reía al verse como enjaulado, y no dejaba de dirigir chanzas a sus compañeros, convirtiendo el peligro en un objeto jocoso ó de puro entreteniemiento. Pero de repente párase el carro; una de las varas se había roto, y todos los esfuerzos fueron inútiles para mover otra vez la máquina. Entonces empezaron á llover balas desde el fuerte, y Cabrera y sus cuatro compañeros eran ya un blanco tan seguro, que 2 murieron en el acto, Castells y el otro fueron heridos aunque no de gravedad, solo Cabrera salió ileso. Este y los dos heridos viéronse precisados á abandonar aquel carro funesto, y encomendar la vida á la ligereza de sus pies. Así lograron salvarse. Cabrera, después de haber encargado la asistencia de los heridos se ocupó en escogitar otro medio para rendir el fuerte.
Según podemos entreveer del testimonio contemporáneo, aunque algo parcial, de Buenaventura de Córdoba, las columnas carlistas lograron acceder a la población por su acceso principal, el recayente al camino de Mora que viene por el oeste, haciendo añicos el portón del torreón o portal de San Antonio. Y es que ciertamente, por aquel entonces y pese a todo, el recinto amurallado de Rubielos respondía, pese a los arreglos, al perímetro perfilado y contruido en tiempos de Pedro El Ceremonioso y, por lo tanto, poco efectivo ante los avances de la guerra moderna. Rubielos, asentada en el llano y de entramado de calles rectilínieas como villa de reconquista, poco tuvo que hacer, como ya se vio ante la llegada de las tropas de Napoleón apenas unas décadas antes, ante el ímpetu de unos soldados experimentados y bien dirigidos.
"El Plano", de Salvador Victoria. Óleo sobre lienzo, 1949.
"Cabrera y Forcadell con 2 batallones y 40 caballos trasladaron á Aragón el campo de operaciones, fijando sus miras en Rubielos, rica villa situada entre unos cerros, distante diez leguas de Teruel, y cuya población no baja de 3.000 habitantes. Hallábase fortificado este punto, y era un grave obstáculo para espediciones y correrías hácia lo interior del país. Al llegar á Linares indagaron los carlistas el número de soldados y urbanos que guarnecían la fortificación, y los recursos con que contaban para oponer resistencia. Cabrera puesto á la cabeza de sus tortosinos llegó a las paredes de la villa, que defendieron con empeño los urbanos y soldados causando algunas bajas en las filas enemigas. Forcadell tomó posiciones para proteger á Cabrera en caso necesario, y persuadido éste de que si retardaba sus operaciones era muy fácil la aproximación de alguna fuerza en auxilio de los sitiados trató de acelerarlas, y mandó á 6 cazadores que fuesen á buscar hachas y astillasen las puertas de la villa. Sufriendo un continuado fuego se acercó con los tortosinos y logró su objeto. Encerrada la guarnición en el fuerte, que era un templo, fue invitada á que se rindiese y no admitió la propuesta, antes bien continuó defendiéndose con mas ardor y entusiasmo. Resolvió entonces el gefe carlista romper también las puertas de la iglesia, y para conseguirlo con el menor riesgo posible mandó traer un carro y lo llenó de colchones, dejando el vacío necesario para colocarse los hombres que habían de conducirlo parapetados detrás de otros colchones, á los cuales hicieron dos pequeños agugeros con el objeto de ver la dirección. Cabrera, un capitán llamado D. Juan Bautista Castells y 3 mozos tortosinos entraron en esta especie de ariete ó batería ambulante, que empezó á marchar sin tropiezo hasta llegar á 50 pasos del fuerte. Aunque no era muy divertida la situación, Cabrera se reía al verse como enjaulado, y no dejaba de dirigir chanzas a sus compañeros, convirtiendo el peligro en un objeto jocoso ó de puro entreteniemiento. Pero de repente párase el carro; una de las varas se había roto, y todos los esfuerzos fueron inútiles para mover otra vez la máquina. Entonces empezaron á llover balas desde el fuerte, y Cabrera y sus cuatro compañeros eran ya un blanco tan seguro, que 2 murieron en el acto, Castells y el otro fueron heridos aunque no de gravedad, solo Cabrera salió ileso. Este y los dos heridos viéronse precisados á abandonar aquel carro funesto, y encomendar la vida á la ligereza de sus pies. Así lograron salvarse. Cabrera, después de haber encargado la asistencia de los heridos se ocupó en escogitar otro medio para rendir el fuerte.
Carga del general Cabrera en el asedio de Morella (1ª Guerra Carlista),
del pintor Augusto Ferrer Dalmau
del pintor Augusto Ferrer Dalmau
Sus avenidas estaban dominadas por los fuegos de la torre campanario, y además por un tambor que defendía la entrada. Cabrera creyó que derribando los tabiques interiores de las casas contíguas al punto fortificado sería fácil rendirlo. Para llegar á ellas debían los carlistas sufrir muchas bajas y su gefe trató de evitarlas. Al efecto hizo suspender grandes lienzos de un á otra parte de la calle, logrando impedir que los sitiados viesen las operaciones de sus enemigos. Así pudieron éstos sin ningún riesgo conseguir el objeto, y llegar hasta las casas más inmediatas á las troneras del fuerte. Intimada la rendición no fue admitida, antes bien se encarnizó más y más el ataque y la defensa. Aquellos desgraciados aguardaban el auxilio de alguna columna de la Reina, y el auxilio no llegaba ni llegó. Llevando los carlistas adelante su empeño trataron de abrir brecha por dos puntos distintos, siendo uno de ellos la puerta que daba entrada al pueblo, y se rozaba por la espalda con las paredes del fuerte. Su comandante, al ver que estaba bastante adelantada esta operación, creyó impedirla colocando combustibles en la parte interior, é hizo una salida para incendiar dicha puerta. Pocos momentos después de haberlo verificado comunicóse el fuego á los combustibles de la brecha, cundió hasta la iglesia, y entró la consternación y el desorden. Los carlistas se apoderan del primer recinto; sigue la defensa con más obstinación y el ataque con más encarnizamiento; los gritos de los unos se confunden con los clamores de los otros, ni se oyen las voces de cuartel, ni la pelea cede un momento. 72 cadáveres de urbanos y provinciales de Ciudad-Real quedaron al pie de aquellos incendiados muros, entregando unos sus vidas á las bayonetas carlistas, otros á las balas. Cabrera dejó 10 muertos y se llevó 31 heridos, entre ellos 2 capitanes llamados D. Magín Solá y D. Juan Bautista Castells." (Buenaventura de Córdoba, Vida militar y política de Cabrera, Tom. I, Cap. VII, 1845, pp. 200-204)
Postal de la plaza del Carmen y el Fuerte. Por el portal de la Muralla, al fondo, entraron las fuerzas de Cabrera durante el asedio.
Aún hoy se pueden apreciar las huellas de la batalla. El portal de Santa María o del Carmen tuvo que ser reparado íntegramente tras los hechos. Las piedras del cuerpo inferior aún presentan los efectos del fuego y la capilla superior, junto con todo el alzado, tuvo que ser reconstruida íntegramente. La nueva capilla se erigió en estilo neoclásico y la antigua iglesia del cenobio, incendiada, se reconstruyó no como templo sino como espacio de varios pisos, como lo hemos conocido hasta la construcción del actual teatro.
En cuanto a los defensores de la plaza, su destino varía según la documentación. Unos hablan de capitulación y perdón y posterior fusilamiento en término de Linares. Otros, como el que aquí presentamos, no habla de supervivientes. Sin duda, el episodio rubielano queda pendiente de un mayor estudio que nos permita saber algo más de las circunstancias que rodearon los hechos. ¿Cómo es posible que tan sólo dos años después de lo que estamos narrando se recibiera a Cabrera en la población entre vítores? Quiza, digo sólo quizá, no fue tan completo el apoyo a los realistas en Rubielos. Tampoco ha sido demasiada la memoria negativa respecto a Cabrera en la población en las generaciones siguientes, lo cual puede ser testimonio de que muchos manuales históricos han "retocado" un tanto los efectos causados por los que, al final, resultaron los perdedores de la guerra, los carlistas.