Una de las imágenes devocionales más importantes de las demarcaciones del alto Mijares es la del Santo Cristo del Hospitalico, venerado por la Cofradía de la Sangre de Cristo, antigua del Salvador, de Rubielos de Mora, refundada en 1940 tras la destrucción y expolio de su templo. La obra es exvoto ofrecido a la cofradía tras la Guerra Civil de 1936, y es imagen de devoción procedente de oratorio particular de la zona de Daroca, lo que explicaría sus reducidas dimensiones. Es tradición desde entonces en Rubielos de Mora de sacar a procesionar este Cristo la noche de Jueves Santo.
La adscripción trecentista de la cronología del Cristo, hacia 1375-1400, parece evidente si observamos las características morfológicas del mismo, aunque todavía revela una cierta concepción geométrica que en la época aún no han terminado de desaparecer. La escultura muestra a Jesús muerto en la cruz, de transición, muy cercano a la aparición del estilo internacional, ejecutado de una manera similar a lo que se ha venido llamando como “de tipo bizantino”, donde los pectorales, dilatados, se representan casi juntos y sin diferenciación, las costillas muy marcadas y el vientre claramente compartimentado en lóbulos. No obstante el esquema compositivo general de la imagen es deudor de un tipo anatómico naturalista donde todas estas particularidades físicas anotadas se presentan de una manera suave, muy alejada de la tosquedad figurativa de imágenes del entorno geográfico cercano algo anteriores como la del Cristo del Calvario de Sarrión (Museo Diocesano de Teruel) y próxima a otras realizaciones conservadas como el Cristo del convento del Carmen de Xàtiva.
"El Sto Cristo en la procesión de Jueves Santo", dibujo de Gonzalvo. Col. M. Torán |
Anatómicamente se constata un sugerente descolgamiento o movimiento de la imagen, inserta en un madero en ocasiones simulando, como es el caso, un árbol de la vida sin desbastar —denominado de “gajos”—, expresando la imagen en tan sólo un plano, disponiéndose todas sus partes sin olvidar la frontalidad en una primera época evolucionando en el XIV hacia un cierto movimiento, proyectando bruscamente las rodillas al frente y desplazando hacia atrás el vientre hasta posiciones ínfimas. El enmarcamiento de Cristo con tres clavos en una cruz de dimensiones reducidas obliga a crear una marcada curvatura de la anatomía y a colocar los brazos en una posición forzadísima en “V” que resalta la caída del cuerpo y la impresión de gran acumulación de peso en la zona media baja del cuerpo. Consigue un muy logrado contraposto en el que la musculatura se contrae o se estira de una manera muy dúctil y realista haciendo muy creíble el momento.
La cabeza reclinada por el hecho de la muerte es la zona más trabajada. En la cara, los ojos medio abiertos, descubiertos por la presente restauración. El cabello ceñido por una corona trenzada cae en forma de mechones sobre los hombros y la espalda, y de un aspecto exterior de formas lisas y de juegos con las ondulaciones de las mechas que medio ocultan las orejas. La barba abundante sigue un mismo proceso de elaboración y se haya levente partida en dos en su parte central. La nariz, por su parte, está resalizada de manera muy esquemática. Con todo ello, el rostro logra transmitir una piedad en una visión llena de humanidad dulcificada.
Panel de azulejería en la fachada de la Cofradía, del ceramista José Luis Estanislao |
Como es tradicional, la corona está trenzada y tallada, y alberga las espinas, elaboradas conforme a la aplicación de clavos realizados en madera, prefigurando sendas ramas de espino retorcidas a modo de soga y fijadas sobre las sienes. De ella parte la consiguiente sanguinidad recayente a las duras facciones de la cara, no muy acusada, y consistente en pequeños regueros realizados o aplicados al temple sobre las carnaciones, abundantes aunque puntuales. Las manos se trabajan extendidas, con todos los dedos juntos a modo de cilindros herencia románica arcaizante, las piernas en un solo bloque, y fijadas por un solo clavo, adoptan complicadas y difíciles posturas, cruzando la extremidad derecha sobre la izquierda. Por otra parte, los pies se sitúan paralelos entre sí para ir evolucionando en esquemas de rotación externa. Por último, el perizonium se extiende desde las caderas hasta las rodillas, llegando a rebasarlas. Se realiza a base de conjunción de pliegues arremolinándose y descendiendo en forma de “U”, anudado sobre la cintura derecha de la que cuelgan aparatosas y ondulantes cascadas del paño. Esta acentuación de la plasticidad conlleva un claroscuro que ya se intuye en el cabello y barba. Sin embargo la figura muestra cierto hundimiento sustancial del vientre que hace variar proporcionalmente al conjunto y en contraste con la gran voluptuosidad del perizonium y de las extremidades. En la imagen no existe una individualización de las costillas como en otras esculturas de la época, sin embargo la musculación del vientre adquiere un volumen inusitado producto de la hinchazón post mortem, cayendo hacia abajo resultado de un preciso análisis anatómico.
Estas obras estaban directamente enraizadas con la realidad devocional de los fieles, despertando su pietismo a través de la visión de una pieza rebosante de nobleza en su plasmación y marcada puntualmente por la multiplicación de las heridas. Con la restauración se ha eliminado todo el repinte que cubría la imagen, resultando una de las obras más interesantes de los antiguos obradores activos en época medieval en la Corona de Aragón, seguramente en el entorno del Jiloca., apareciendo las antiguas carnaciones, las facciones originales del rostro y el trabajo de corlado en un perizonium de vueltas vermellón.
Sonia Cercós Espejo / David Montolío Torán
(Espais de Llum, La Luz de las Imágenes, 2008-2009)